Saltar al contenido

2021

marzo 21, 2022

1) ¿Qué se hace cuando todo cambia? Uno debe cambiar también. Pero hacia el fondo mismo del cambio. Y eso no es posible, debería poder conseguir un entorno diferente, cambiar el mundo mismo a profundidad para que no quede nada que recuerde a lo que uno mismo era. Para no recordar que de un momento a otro, pasamos a ser descontinuados, obsoletos. Cada una de estas cosas nos grita lo obsoletos que somos y quisiéramos correr e ir a la par de ese cambio que ocurre. Pero como somos incapaces, sólo queda ser sobrepasados una y otra vez.

2) Me encantaría reemplazar el dolor de las pérdidas con una especie  de desorientación. Sería bien terapéutico que existiese algo así. Como ese alivio que invade luego de despertar de la pesadilla o del sueño angustioso. Supongo que en la búsqueda de ese recomienzo es que se llevan a cabo estos rituales inútiles de conclusiones cerradas, que aparecen estas ganas de hacer que la tristeza invada la realidad mediante sus símbolos y mediante los actos mismos de la tristeza, como caminar llorando por la calle, responderse a sí mismo preguntas, en diálogos desesperanzadores. Pero haría cualquiera de estas cosas, sobretodo, para evitar el asco de la recapitulación. Porque soy incapaz de pensar en mi mismo, en escindirme y repasar momentos y situaciones sin sentir un gran rechazo de mi propia imagen, siempre incompetente o siempre impotente ante el juez de mí mismo.

4) Hubo una especie de resolución. Pero no pude entender sus detalles. No sé por ejemplo, quién tomó esa resolución. Todo comienza con un simple mensaje. En el momento en el que recibí dicho mensaje, tuvo lugar la primera de las tres partes en se dividió la experiencia. como una especie de baldazo de agua fría. La segunda parte cuando ya lo cotidiano no me secuestró más ese día y finalmente estuve solo ante mí mismo, sintiendo como me caminaba por dentro el escalofrío de esa misma soledad. Luego la parte más cruel; el día siguiente en la mañana, al despertar. Porque todo lo malo y triste seguía ahí, como siempre, pero ahora no había nada con qué contrarrestarlo. El sostén que  estaba allí, imperceptible a veces, que ya no está. Quizá el lenguaje, las palabras vanas hubieran ayudado, sin embargo, no tienen lugar. Ensayo algo de eso, un discurso en una serie de borradores de correos que no le envío. Luego de eso empiezan a palpitar o a punzar, como miembros fantasmas, las cosas que ya no están: Los temas de conversación en que aparecía algo siempre nuevo que el otro no conocía, la extraña parte contemplativa que siempre tuvo la relación. Los gustos erigidos en común, cultivados en común que ahora son una cosa dolorosa. La ternura que ella, en este momento, debe estar ofrendando a mi estúpida tragedia.

5)Sería bonito escribir sobre todo esto sin identificarme en lo escrito.

6) Quizá estaba todo tan mal, quizá todo era tan precario, inmaduro y mal planteado, que por eso mismo no sucedió nada. Por eso mismo quizá sea que va avasallándome, en el transcurso de los días siguientes, la idea de que no quedará nada después, ni siquiera si volvemos a hablar, o si volvemos a vernos. Y también que antes las heridas de relaciones pasadas no se sanaban sino después del cambio, de la transformación inevitable de todo; las personas alrededor, las ciudades en las que uno vive. Y, si esto es cierto como la muerte, ¿porqué entonces algo adentro, algo tedioso, idealista, me dice que he sido abandonado, que de alguna manera algo se ha rechazado, que algo dentro de mi ha sido exterminado dolorosamente o roto? Puede ser que sea sólo por que es necesario, porque hay que construir drama y usarlo para recuperarse.

7) Si muriera en este momento, otras cosas que no son yo, morirían conmigo. Dentro de los otros, algo moriría también. Y por eso mismo es que uno decide no morir día a día. Porque el amor no nos deja. Pero en el fondo, nunca somos nosotros los que elegimos realmente.

8) Dos empanadas chilenas en el desayuno, que como mientras estoy llorando. Un litro de jugo al mediodía, de un sólo tirón, y galletas de soda con un vaso de agua antes de dormir (y después de volver a llorar).

9) De todas formas no es la primera vez que estas cosas pasan. Podría relatar acá otras experiencias, pero ojalá fueran las más ridículas- a la larga todas estas cosas se vuelven un poco o totalmente ridículas. Pienso por ejemplo en una vez en que corrí como cuatro kilómetros a toda mecha para llegar a tiempo a ver a X (una chica de la que estaba enamorado) durante cinco minutos y cuando llegué al lugar, me dí cuenta de que había ido al sitio equivocado. Podría hablar de una experiencia en años recientes en que me enamoré y me rechazaron y lloré y escribí sobre ello (como ahora) y a la larga me dí cuenta de que la chica en cuestión estaba enamorada del imbécil típico con la actitud de casanova y peinado delineado + accesorios (sí, no me interesa si sueno prejuicioso). Y luego de lo ridículo, a la larga no queda nada. Esto último lo tomo de una entrevista a Bolaño que veo por youtube en este preciso momento en la que dice que, a la larga, todo va a desaparecer en el olvido. Que ni siquera el quijote se salvará. Y aunque él lo dice refiriéndose a otro tema, lo tomo por certero en mi caso.

9) No hay sosiego. Si viviera en una ciudad las cosas quizá serían diferentes, se podría matizar todo, pienso, pero si viviera en una ciudad quizá estuviera deseando vivir en un campo para tener esta soledad que ahora me lastima. Me voy a caminar a medio día, en una especie de pausa en medio de la pausa en medio de otra pausa del domingo, hasta ese cerro con forma de tortuga gigantesca, todo pelado y rocoso que parece estar cerca pero en realidad está muy lejos. Sólo camino y camino sin parar y consigo llegar hasta una especie de cumbre que de alguna lejana manera se parece a lo que imaginé que sería llegar antes de partir. Un zamuro pasa zumbando muy cerca de mi, sólo siento su sonido siseante y limpio, y, al intentar alzar la mirada, lo deslumbrante del día. Pienso en un poema de paz castillo en que aparece un zamuro y vuelven a caer las estúpidas lágrimas. Ya es inútil contarle que hice este paseo, por ejemplo o hablarle de ese poema de paz castillo. Y no voy a poder sentir como si la observara de lejos, a través de las ventanas abiertas que dejaba con su comunicación, precisamente, para que le atisbara. Al día siguiente, día de ir a trabajar a la imbécil escuela, escondo los ojos detrás de unos lentes y me enrollo una bufanda en el cuello pero que en realidad está en la boca. Hago lo posible para no ser visto por L y J. Tampoco quisiera que D. me viera, porque siento que de alguna manera verla también me haría daño, pero consigo huir la mayor parte del día y D nunca llega los lunes temprano sino en la noche, a dormir en su casita. Los de la escuela jamás me habían parecido más imbéciles. Siento que las parejas que andan de la mano son como una prueba viviente de lo efímero del amor. Al llegar a casa en la noche estallo, caigo como de rodillas, de nuevo ante esta soledad abismal que es mi vida. Me repito que mañana y en los días siguientes haré lo mismo y que cada día será un poco menos difícil, que algo se cicatrizará.

10) Es una tontería decir algo que no explica nada: nadie se parece a nadie y en esencia, todos somos lo mismo. Ninguna de mis experiencias amorosas se parece entre sí. Y esta colección de pesares no tienen nada que ver con ningún otro pesar, pero en el fondo son el mismo pesar. Agarro un vaso para lavarlo y su peso me transmite algo que me impide lavarlo con naturalidad. Algo tan simple como mirar un punto cualquiera se vuelve duro, hiriente. En todas partes está el dolor asentado. La cama es un buen punto para la lucha, tiene una sábana suave y con el tiempo llega un agradable calor que es como algo que consuela. Sufro, pero esporádicamente hay algo de fortaleza, y luego, recaigo de nuevo. Oscilo dos o tres veces así, por la mañana y otras tres en la tarde noche hasta que aparece el sueño a hacer lo suyo. En en fin de semana que sobreviene tampoco puedo llevar a cabo ninguna lectura ni lavar ninguna ropa, sólo continúo a medio camino entre el hacer y el lamentarme y le sigo el paso a algunas situaciones y eventos intrascendentes como los movimientos del perro y de las sombras proyectándose.

11) Ya ha pasado algo de tiempo sin hablar con nadie. La incomunicación me deja más tiempo para escribir esto aquí y terminar de sumergirme en este provincialismo total. Sin corroboración de nadie ni ante nadie. Pero estoy convencido de que esto no es mejor que aquello. Es solo un mundo menos lleno de personas, o prácticamente vacío. ¿Cómo podría ser eso mejor?

12) En los días de trabajo; la helada biblioteca en la que uno se congela. El escritorio que me corresponde en el cual me voy congelando lentamente bajo las capas de ropa. Súbitamente aparece esa necesidad de salir de ahí a ayudar en cualquier cosa a los obreros, pero recuerdo mi debilidad, que es como la debilidad de todas las cosas, o mejor, como algo que transmito hacia las cosas y me inhabilitan para utilizarlas mientras yo ya soy inútil. Mientras avanza la mañana y al llegar a medio día, va creciendo el barullo y el tráfico de los otros profesores y como siempre están de buen ánimo, empiezan a hacer chistes y termina todo en una especie de revuelta chistosa en la que no participo, en la que no puedo participar, pero que aún así me arrastra, en ocasiones trasladándose hasta donde yo mismo estoy, en otras reclamándome a viva voz. Quisiera tener amigos de verdad. Y no este chiste de mal gusto. Quiero decir con eso que quisiera tener acá a alguien para el cual, mi experiencia actual o mi estado de ánimo no signifique el punto de partida de algún estúpido chiste. Por eso mismo, me cierro y no dejo que esto salga hacia nadie. Si tuviera amigos de verdad, insisto, en un probable  ínterin de juegos, cigarrillos, o alcohol, lo que fuera, algo se movería hacia algún lado. Extraño entonces la vida de antes, en la capital (en cualquiera de las capitales) en donde la naturaleza propia ya había hecho sus propios espacios y sus propias amistades, y estas cosas se combatían con maratones de cine ruso en las  madrugadas, en intoxicaciones, en comuniones lamentables y chistosas. La música es a veces esa vida y esas personas que no hay. Escribir aquí es a veces esas cosas. A veces ayuda y a veces no.

12) Empiezo a darme cuenta de nuevo (y lo volveré a olvidar) que soy una persona enferma. He puesto una distancia entre el mundo y mi interior que no me permite ya ni las esperanzas de buscar una relación con ese mismo mundo, con las cosas; con las personas. Veo obstáculos por todas partes, o los invento, que me separan de la meta de tener una relación en serio con alguien. Y cuando por alguna razón emprendo un sendero que me aproxima hasta esa meta, después de cierto tiempo empiezo a sentir unas extrañas ganas de regresar a esto, a mi mismo, a mis objetos, al silencio, y de nuevo y de nuevo. Me encantaría decir que algunas personas se quedan conmigo, las que de alguna manera ya entendieron esto. Pero ahora mismo ya no tengo a nadie.

13) En el tedio del día, me levanto y me desplazo por rincones y rutas sólo para no caer desfallecido. A veces me mojo la cara. Contemplo los viejos calendarios escolares y carteleras obsoletas que no han sido removidos de las paredes, o voy a un punto en un antiguo galpón en el que hay un muro de los recuerdos. Los estudiantes han escrito ahí  sus nombres y sus fechas y hay algunos con caligrafías muy bonitas y fechas de hasta 1950. Me quedo allí en medio de las ruinas y el sol y miro todo lentamente, como si estuviese en medio de algo vivo o sagrado. Escribo DD/MM/AA seguido de mis cuatro iniciales y me marcho.

14) A todo lo que me dijo en su mensaje, le he ido añadiendo unos detalles que no estaban allí realmente. ¿o si? Pero lo que saco en limpio es que no quiere hablar. Que es mejor que no lo hagamos en un tiempo. Creo que lo que he añadido es que no podemos continuar en el modo amoroso de la relación, que no hay espacio para eso. Esbozo una respuesta que, o nunca envío o nunca me es respondida, intento un correo que al parecer nunca lee o no llega. respondo con monosílabos en todas las veces en que intenta hablarme pero sólo por miedo y no por otra razón. Un miedo paralizante, trágico, insomne, no sé como describirlo. Todo lo demás es inferir cosas que no tienen porqué ser inferidas y fantasear situaciones miserables. Quizá sea por esto mismo que tengo esta reacción posterior al duelo: me aplasto. Me enfoco en lo que queda aparte de esto, y es como si nunca hubiera tenido más nada. Me desplazo hasta una zona en la que ha cesado la proyección constante de mí hacia ella y me mudo a ese basurero compactado.

15) Mi celular murió. Es una fecha muy posterior a todo lo último. He pausado este registro vergonzoso que igual está hecho para ser expuesto. Escucho a veces la radio, a veces sintonizo radios extranjeras, dejé de escribir aquí y saqué un cuaderno muy bonito que tengo años guardando no sé para qué y comencé a escribir en él a mano algunas tonterías. Casi siempre estoy enojado. Eché también a perder el único consuelo que me quedaba; A. Fui indiscreto con algo que me dijo y luego no tuve valor para volver a dirigirle la palabra. Estará muy bien sin mi, pienso, porque objetivamente, soy una decepción. Ahora la gente me habla pero casi nunca digo nada. Cumplo con mis dos o tres tristes obligaciones y me encierro en mi casa. Ya pienso menos en X. Las cosas me afectan un poco menos.

16) En el trabajo, con D, me doy cuenta de que soy una molestia para ella. Le aburre y le cansa el hecho de que a veces soy incapaz de entenderla, que pregunte varias veces por lo mismo y que ella tenga que explicarlo todo una y otra vez. Estoy seguro de que ella al mismo tiempo no sabe bien explicarme nada. Entonces opto por no preguntar. Pero lo curioso es que no me frustra. También estoy cansado de hablar con ella.

17) Recuerdo lo poco que la conocí. Lo poco que la conozco en persona, en el contacto real que he tenido con ella distribuido en fracciones esporádicas que podrían juntarse en continuo y aún así ser un tiempo ridículamente corto. Y eso más el dolor de espaldas me hacen sentir desafortunado. Pero además, saber que lo agrandé todo, que lo sobre-dimensioné y que quizá aún lo sigo haciendo, y que lo continuaré haciendo. Y eso me hace sentir además de desafortunado, muy pendejo. Hay un punto en el que uno debería verse impelido a abandonarlo todo, todo lo que uno es, toda la identidad forjada a base de ilusión o pasado, ojala pudiera llegar hasta él.

18) Es un punto especifico del año, algún sábado del mes de junio. Desayuno mal, cosas como cuatro huevos sin ningún acompañamiento y un café, pero es la única comida del día que no hago a destiempo. Todo lo demás está muy mal. Incluso me pasa que miró unos documentales que son como los peores que he visto; que leo una novela de un autor canónico y resulta que es la peor novela que escribió. La espalda me está siendo atacada por unas puntadas que son cada vez más agudas. El sueño es esporádico y dura como dos o tres horas, en las noches duermo dos horas y luego tres o cuatro. En la pausa del medio ni siquiera se me quedan cerrados los ojos, y en los días en que tengo obligaciones ni siquiera me puedo despertar. Algunas de mis comidas son frutas y café. No hay nada concreto sucediendo, excepto quizá que algunos días se apodera de mi cierto fervor físico y me agoto, me entrego con fuerza a las actividades exigentes con un ánimo auto lesivo. Y de alguna manera funciona, algo queda en paz. Escucho todas las noches antes de dormirme discos enteros, al máximo que mis oídos pueden resistir por los audífonos sobrealimentados y a veces, en el reproductor grande, en medio de la soledad y silencio de la noche, como para que el estruendo místico de esas letras y sonidos impregne todo y me lave la personalidad o la organice de forma óptima. Una vez más, empiezo a traspasar el umbral en que la rabia o la frustración supera a la tristeza. Al menos por ahora ya no necesito escribir más aquí.

No comments yet

Deja un comentario